No me persigue. Me intuye.
No me dirige. Me espera.
Sabe cuándo aparezco, incluso antes de que tú lo sepas.
Camina entre la gente con la misma calma con la que yo me deslizo entre tus gestos.
No necesita hacerse notar, porque su atención lo ve todo:
el orgullo silencioso de un padre, la risa contenida de una amiga, la forma en que tú respirabas mientras avanzabas hacia el altar con todas las miradas puestas en ti.
Conoce mi ritmo, mi lenguaje, mi silencio. Por eso me atrapa sin encerrarme.
A veces en color, y otra vez en blanco y negro.